Me preguntaba si estaba loco, pero no tenía espejos

Te levantas y no se oye nada. A veces vienen gemidos del piso de arriba. Y a veces creo que es el gato y otras veces que son los vecinos, que me quieren dar envidia. Imitando muy bien al gato.

No hay un olor que llegue, que se agradezca aunque la comida no guste. Un olor que te diga que hay gente en casa. Que no estás solo y vas a hacerte un Cola Cao a las siete de la tarde.

Porque tus compañeros de piso se han ido y todo se ha ido. Y el hilo que mantenía la cordura se tensa, y tú caminas sobre él, sobre el precipicio. Dicen que afuera hace bueno pero yo estoy aquí, solo.

Y suena la puerta y me pregunto si debo abrir. Y me acerco a la mirilla, donde un señor pequeño que se hace grande con la barriga, espera. Le abro la puerta y echa a correr. Os juro que echa a correr. Primera con la mirada que me clava, que grita que huye, y luego una ligera disculpa y sus pies. Sus pies que se mueven rápido.

Yo no le digo nada. Aunque ha estado bien ver a alguien. Por fin. Ha pasado mucho tiempo desde que se fueron mis compañeros. Dicen que afuera hacía bueno. Pero ya estamos en el invierno. Y cambiaron los años. No podría deciros nada porque poco me une.

Me miro el cuerpo y está desnudo. Recuerdo que un día me molestaba la ropa y me deshice de ella y nadie me dijo nada. Supongo  que porque no había nadie.

Hace tiempo que se cayeron los espejos. No me veo el rostro y lo echo de menos. Es lo que más me perturba. Mi cara. Las caras de los locos que distingues por la calle. Los ojos de los que han perdido la razón por el camino. Algunos, como yo, porque se han quedado solos.

He pensado mucho en eso últimamente. En si estaré loco. Es difícil saberlo cuando nadie te sirve de pared. El señor que echó a correr parecía verme loco. Pero quizás fue solo porque yo estaba desnudo. Y creo que excitado. Sí, aquí hay poco que hacer y casi siempre estoy excitado.

Necesito un espejo. Necesito verme el rostro. Pero ya os dije que están todos rotos. Los rompí aquella noche en la que los echaba tanto de menos, y el silencio era insoportable y lo abarcaba todo. Y comenzaron a crujir los cristales, los espejos que caían en pedazos. Con un ruido que me aliviaba.

Probé con el reflejo de las botellas. Con los bordes de un aluminio inservivle. Mi cara en una cuchara. Deforme. Me dio miedo pero no lograba verme los ojos. Sabía que mis ojos me lo dirían todo. Me ayudarían a salir de aquí o a hundirme aún más.

Y busco entre los viejos y sucios escritorios de mis compañeros. Cómo se fueron sin decirme nada. Veo aquella habitación en la que hace tanto tiempo que no entro. En la que nunca jamás pienso entrar porque sé lo que guarda. Lloro un poco, aunque no me digáis si lloro lágrimas.

Hay papel y tijeras pero no sabría cómo recortar mi perfil. Y sigo buscando y lo veo. Una pequeña cámara digital. Aún tiene batería.

La cojo. Me siento. Disparo.

Necesitaba saber si estaba loco. Necesitaba saberlo. Tenía que saberlo.

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